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El duende de las trenzas


Hace algunos años, en una colonia de la zona 21 de la ciudad capital, en uno de los apartamentos de este sector vivía Laura, señorita de 15 años de la cual estaban enamorados muchos muchachos.

Laura era una niña trigueña de cabello castaño oscuro largo y liso, rostro bello y figura agradable, de lindos ojos claros color miel con lunares. Era hija de Doña María, señora trabajadora y muy apreciada por sus vecinos, era viuda y luchaba por sacar adelante a sus dos hijas, Laura y Ana.

Regularmente Doña María salía desde temprano a trabajar, Laura preparaba a su hermana Ana, la llevaba a la escuela primaria que quedaba en el sector, luego se iba a estudiar a un instituto público que quedaba cerca de su casa. Entre los quehaceres de Laura en la casa, estaba el de preparar la basura para que los muchachos del camión recolector se la llevaran.

Pero hubo una semana a finales de noviembre cuando Laura y Ana disfrutaban de sus vacaciones en que el camión de basura no pasó durante una semana y como se estaban acumulando los desechos, Doña María mandó a Laura a tirar la basura a un barranco que quedaba a escasos 20 metros de su casa.

Esperaron a que estuviera un poco oscuro porque le daba pena a Doña María que vieran que estaba tirando basura en el barranco, salieron sigilosamente, con las bolsas que iban a tirar en las manos, al llegar al final del edificio Doña María mandó a Laura y le dijo que tuviera mucho cuidado en la orilla. Laura se acercó al barranco, ya era de noche y el paisaje contrastaba con la penumbra que se formaba entre los árboles y la lamentable triste escena del basurero que descendía desde lo alto hasta el fondo del mismo.

Laura después de arrojar las bolsas echó una mirada hacia el fondo y hacia los árboles, un viento frío empezó a soplar, cosa común en esas épocas del año en aquel entonces. Lo extraño es que empezó a escuchar como que algo caminaba entre el chirivisco, sentía que la miraban, de pronto doña María la llamó para que volviera, Laura caminó de regreso y aún sentía que la observaban, ya llegando al callejón de entrada de los edificios miró hacia atrás, y creyó ver que algo pequeño se ocultaba entre el monte, no hizo caso y se fue a su casa.

Si algo cuidaba Laura antes de dormir era de peinarse su cabello antes de acostarse, cosa que hacía todas las noches, a veces Ana le ayudaba en forma de juego, Ana tenía entonces 8 años. Hicieron sus oraciones y se durmieron, eran buenas hijas, muy educadas y muy amables.

En la mañana siguiente, Doña María las dejó dormiditas, la primera en despertarse fue Anita, quien prendió la tele y se puso a ver las caricaturas. Cuando Laura se levantó notó que una parte de su cabello había amanecido enredado, fue al espejo y vió un pequeño pero bien echo trenzado en forma de petate en su pelo, cosa que Laura no entendió, pero pensó que como Anita se había levantado temprano, había sido ella la de la travesura. Como la trenza fina en forma de petatito empezaba desde el cuero cabelludo hasta las puntas y estaba magníficamente echa a Laura le gustó y no se la deshizo.

Al llegar a la sala Laura le dijo a Ana: “Gracias Anita por mi trenza, me gusta mucho”.

A lo que Anita comentó: “Esa trenza no la hice yo, te la hizo el niño que soñé anoche que estaba cantando suavemente en tu almohada” y siguió viendo la tele.

A Laura le dió ternura la explicación de Anita, pasaron bien el día hasta que regresó doña María del trabajo, para sorpresa de las niñas, junto con su mamá había llegado su abuelita, y como era de costumbre se llevaría a Anita a su casa un par de semanas, Laura se quedaría para acompañar a su mamá, que siempre pedía los días de diciembre como vacaciones para estar en su casa.

Anita feliz, rápidamente preparó su equipaje para irse con la abuelita Claudia a la zona 1, donde ella tenía una casa de huéspedes; mamá Claudia como le decían, notó la trenza de Laura, y comentó: “Mija y esa tu trenza! Andas muy coqueta y eso no es bueno”

Laura contestó: “No mamá Claudia, la trenza me la hizo Anita”.

Anita despidiéndose y saliendo dijo: “Ya te dije que no fui yo, fue el niño que soñé que estaba en tu almohada cantando suavecito el que te la hizo”.

Doña María y doña Claudia se vieron un poco preocupadas, doña Claudia recomendó a Laura que antes de dormir se deshiciera la trenza, cosa que para Laura fue muy difícil, ya que estaba tejida finamente. Esa noche después de deshacerse la trenza Laura se acurrucó con su mamá, si bien es cierto que ambas niñas lo hacían regularmente, a Laura le gustaba de vez en cuando estar solita con doña María y platicar hasta quedarse dormida.

Doña María le dijo Laura: “¿Ese muchacho Joaquín te acompañó a la tienda hoy que fuiste a traer pan verdad?”

A lo que Laura le contestó: “Si má, pero me vine rapidito”.

Doña María: “Es buen patojo pero están muy pequeños para andar de novios”

Laura: ¿A qué edad te hiciste novia de mi difunto papá?

Doña Maria: “A los 14 años pero eran otros tiempos mija”, ambas rieron, entre charla y charla se quedaron dormidas.

Al amanecer Laura sentía un fuerte tirón en la cabeza, para su sorpresa cuando se revisó el pelo tenía de nuevo la trenza en forma de petatito, pero esta vez más apretada y más fina, Laura despertó a su mamá, que muy nerviosa no tuvo una explicación en el momento, sólo le dijo que se preparara porque iban a salir después de desayunar. Laura no tenía hambre, dejando el plato lleno salió acompañada de su mamá, que la llevó a la casa del pastor de la iglesia a donde de vez en cuando iban.

Fue un poco difícil que las recibiera, ya que era sábado y el pastor se preparaba para todas las actividades, porque tenían celebración y vigilia. Doña María con mucha preocupación le explicó lo que había pasado, pero el pastor sólo se limitó a decirle que probablemente la niña era sonámbula o bien que le estaba jugando una broma, como era común en todas las niñas según él, las abrazó, oró por ellas y las invitó a que llegaran en la noche.

En esta ocasión la mamá de Laura tuvo que ayudarle a deshacerle la trenza, pasaron el día sin tocar el tema, por la noche fueron a la vigilia de la iglesia, de la cual regresaron muy bien y se acostaron tranquilas, esta vez Laura durmió en el cuarto que compartía con Anita y doña María durmió en su cuarto.

Laura se despertó con sed después de media noche, caminó sin encender la luz hasta la cocina, tomó un poquito de agua y regresó a su cuarto, la atmósfera en su hogar estaba muy fría, muy diferente, algo la incomodaba, aún así no quiso molestar a su mamá, caminó hasta su cuarto, el cual no tenía puerta, sólo una cortina de encaje café, se acostó pero no quería cerrar los ojos, tenía miedo de quedarse dormida sin saber por qué, la escasa luz que traspasaba la rala cortina de la ventana y la de la sala transformó la confortable habitación en una escena lúgubre, Laura sentía que la veían.

El sueño vencía a la muchacha, a punto de quedarse dormida, empezó a escuchar una melodía con una voz fina que venía no de la ventana sino de la sala de su casa, lo que aterró a la pobre niña, que al escuchar que lo que cantaba estaba cerca de la entrada del cuarto, se tapó el rostro y encogió las piernas.

Él seguía cantando, canción que ella no comprendía, pero la hacía entrar en sueño, sueño con el que Laura peleaba para no quedarse dormida, se quitó la sábana de la cara y pudo ver como la cortina se movió un poco, él estaba en su habitación, pero no lo veía, el corazón de la muchacha latía fuertemente de pavor, quería llamar a su mamá, gritar pero no pudo, fue en ese momento que vió una figura pequeña y tenebrosa subir al pie de su cama.

Lo vió, hombrecito de 15 centímetros de alto, vestido de manera extraña, ojos rojos como sangre y de rasgos grotescos, mientras cantaba él avanzaba hacia Laura, quien no pudo moverse ya, sólo pudo ver como el hombrecito llegó hasta su pelo, comenzó a acariciarlo, fue cuando vió en ese pequeño y siniestro ser, una sonrisa deforme y macabra, tomó el pelo de Laura y soltó una carcajada que le desencajaba la mandíbula al horrible duende, Laura no entendía por qué la mamá no se levantaba a ayudarla, ya que la carcajada del duende retumbó en toda la casa, Laura ya sin fuerza se quedó dormida.

En la mañana siguiente doña María se levantó a lavar ropa, Laura aún no salía de su cuarto, cosa que le parecía extraño a doña Maria, quien le gritaba por momentos a Laura: “Mija, vení por lo menos a ayudarme a tender la ropa, mirá que por la tarde vamos a casa de tu abuela y quiero dejar todo limpio para sólo venir a ver mi novela y descansar”. “Apurate mija, si fuera el Joaquín ni dos veces te parás corriendo verdad”.

Doña María molesta fue al cuarto de Laura, pero para su sorpresa, ésta estaba pálida, desencajada, rápidamente se acercó a ella para tocarle la frente con la mano para ver si tenia fiebre, pero la sintió fría como el hielo, y le dijo: “Hay mija, estás enfermita, y yo que a regañarte venía”.

Al acariciarle la cabeza a la muchacha, sintió nuevamente la trenza, la cual esta vez estaba tan fina y apretada, que no puedo deshacerla doña María, muy preocupada fue a platicarle a una vecina que se la llevaba de bruja, que le dijo: “Hay doña María, seguro que es el Sombrerón, ese cipitío es bien jodido y no deja de enamorar a la muchacha que le gusta hasta que ésta se muere, horita voy y se la curo”.

Cuando la vecina llegó para interrogar a Laura, ésta le describió lo que vió, pero lo extraño es que este hombrecito o duende, a diferencia de la versión popular no tenía ningún sombrero, ni espuelas, ni guitarra, no concordaba con lo que la vecina sabía, pero aún así la supuesta bruja le pegó una sacudida a la patoja, la chicoteó con un ramito de ruda, bañó el cuarto y la cama con agua de florida, todo repitiendo una jerga de cosas que no se le entendía, dejando a la pobre Laurita más cachimbiada que otra cosa, ya no fueron donde doña Claudia, doña María se limitó a llamar a su mamá y decirle que Laura estaba un poco enferma sin darle más detalles.

Las siguientes noches fueron de desvelo para la mamá de la muchacha, pero tratando de velar el sueño de la niña, ésta siempre se quedaba dormida, cada vez había mas trenzas en el cabello de Laura, ninguna pudo deshacerle Doña María.

En escasa semana y media Laura había perdido mucho peso y el rumor de que no salía porque estaba enferma llego a oídos de Joaquín, quien se armó de valor y fue a preguntar por ella a su casa, doña María pensó que dejando que el muchacho la visitara el mal se apartaría, pero aún cuando Laura se alegraba de las visitas de Joaquín sus noches eran duras porque el duende era celoso, tanto que ella decía que cuando su mamá se quedaba dormida, éste le pegaba.

Doña Maria temía por la vida de su niña, también por su cordura, ya que incluso en el día la escuchaba hablar sola, cuando ella gritaba diciendo que le pegaban, doña Maria corría hacia ella y la muchacha le decía: “Mirá mamá, ahí está en la entrada de mi cuarto, está enojado porque hoy vino Joaquín, mirá como golpea con su pie el suelo y como me mira de feo, sacalo de la casa mamá” , doña María lloraba porque pensaba que tal vez su hija estaba enloqueciendo. Llamó a doña Claudia y le contó llorando todo lo que habían vivido esas dos últimas semanas y le preguntó si un sacerdote Franciscano que ellas conocían aún estaba en la parroquia que quedaba cerca de su casa en zona 1, pero lamentablemente el sacerdote por su vejez había sido enviado de regreso a Italia.

Doña Claudia le pidió de favor que no le dijera a Laurita que ella iba a visitarla esa noche, Doña Claudia dejó a Anita con la señora que cocinaba a los huéspedes en su casa de la zona 1, pasó a una librería que esta cerca de catedral, le pidió a un sacerdote que bendijera una medalla que había comprado, subió a un ruletero que iba a la colonia donde vivía su hija y nietas.

Llegó como a las 8 de la noche, Laura a pesar de su debilidad, se sintió feliz de ver a su abuela, quien empezó a rociar agua bendita en toda la casa, al principio nada parecía extraño pero conforme empezó a echar el agua en el cuarto de la niña, se escuchaba que alguien se reía, las tres escucharon que comenzó a cantar, pero la abuelita no dejó de bendecir la casa, Laura empezó a decir que él estaba entrando por la ventana y que le iba a pegar.

Fue en ese momento que lo pudieron ver las tres, doña María casi se desmaya pero fue doña Claudia la que con más actitud y valor, tomó a su nieta, y la bendijo en el nombre del padre, del hijo y del espíritu santo, fue entonces que la canción del duende se convirtió en reclamo, a pesar de que no se entendía todo lo que decía en su reclamo, escuchaban que repetía: “Mía, es mía, mía, mía, mía es, mía”.

Doña Claudia no se contuvo y después de hacer unas oraciones le dijo al duende: “Eres un cobarde, mirá que hacerle esto a una niña, imbécil, no eres mas fuerte que Dios, ojalá fueras hombre grande para partirte con gusto la cara, hacerte ver la miseria que en realidad eres”.

El duende sólo se carcajeaba, pero esa carcajada se convirtió en un alarido cuando doña Claudia le puso en el cuello a Laurita una cadena con la medalla de San Benito, tomó los cabellos a su nieta, con una tijera le empezó a cortar las trenzas y todo el cabello, todos los perros de la cuadra ladraban, se aglomeraron en el edificio, sólo se escuchó la voz del duende que se iba perdiendo en el viento, perseguido por todos los perros hasta el barranco.

24 años después, termino de tomarme una taza de café con doña Claudia, quien muy amablemente me cuenta por tercera vez lo que le paso a Laurita. Me cuenta que sus nietas están muy bien, Laura se recibió de secretariado y se casó con un muchacho, viven ahora en Canadá, Anita que gracias a Dios no estuvo en su casa durante esos acontecimientos ni se recuerda de haber visto al niño pequeño que le cantaba a su hermana en su niñez, doña María vive con ella en zona 1, todas están muy bien gracias a Dios.

Investigación, historia y narración: Fernando Andrade Mazariegos (todos los derechos reservados, Guatemala octubre 2,014)